Santísima trinidad
Llueve. Hay una chica esperando a cruzar la calle, a mi lado, no tiene paraguas. Al verla aún no lo pienso, tardo un poco en reaccionar. Miro mi propio paraguas y a la chica. Me visualizo cubriéndola con él. ¿Qué decir? Imagino algunas frases ¿Necesitas que te tape? Imagino respuestas. Una respuesta. No. Y una mirada desconfiada. Imagino que es esa clase de adolescente esquiva. Tiene esa edad. Me imagino a mí misma con su edad. No quería llevar paraguas, no sé por qué en aquel entonces ninguno queríamos. No nos veíamos guapos con él, creo. No sé si los adolescentes siguen siendo así, pero esta mañana no llovía, recuerdo, ha empezado hace poco. Seguramente viene del instituto. La lluvia le ha pillado desprevenida y se está empapando. Me invade una profunda tristeza por la chica y por mí. Sobre todo por mí, que ya he decidido que no haré nada. La vergüenza me paraliza. Un miedo de intensidad desconcertante a hacer algo fuera de los márgenes. No, ya no lo hare. Podría haberlo he