Domingo, 5 de la tarde, otoño, viento sur.
Me asaltó la atmósfera invernadero que conozco de otras vidas. La recuerdo mientras un gato salta de la soledad del mármol a la crueldad transparente del cristal. No conocí ese lugar pero lo puedo oler, tan templado. Farolas redondas encendidas en el silencio de algún sitio interior dentro de alguna noche y dentro de alguna ciudad. Cercado de cristal y hormigón. Vegetal. Plagado de plantas grandes y nocturnas. Trópico incongruente. Palmeras extrañas y frutales ahogados respirando un aire demasiado quieto entre hojas inmóviles. Y algo que va a pasar. La tragedia escondida en la maleza. Una pantera, un asesino, un incendio… o nada. Quizá sólo mi propio corazón.